lunes, 22 de diciembre de 2014

El libro de mis deseos...


Y por desear...

Desearía abrazar el tiempo,
para mirarlo y descifrarlo,
contándole miles de historias,
recordándole las vidas que va dejando.

Desearía que el olvido se ausentara,
que se hiciera humo en el mundo
y perdido en la nada...

Desearía abrazar la vida de todos estos cuentos,
y con ellos, hacer un libro,
al que llamaría el libro de mis deseos
donde se pueda hacer un festín
en el que verter mis pensamientos,
que como guiños al mundo,
festejen todos esos nacimientos.

"El libro de los deseos"
Elaborado para el 6º reto de Territorio de Escritores.


viernes, 19 de diciembre de 2014

El carpintero.

           

Sentado en el polvo, a un tiro de piedra de la puerta del establo, José el carpintero rezaba. Tenía que tomar una decisión y no comprendía porque el Señor, tantas veces generoso con su casa, le había puesto en un sendero tan duro. No era un mal hombre, o al menos eso esperaba, pero no estaba seguro de poder soportar la vergüenza que había caído sobre él. Su primera mujer, su querida Ana, se marchó con el Señor, dejándole solo en su vejez. No sin mucho meditarlo desposó a la joven María, porque no es bueno que un hombre no tenga esposa que cuide de su casa y sus bienes. Pero no podía imaginar que la muchacha, tan dulce e inocente que le había parecido, estuviera encinta de otro hombre.

¿Cómo iba él a creer lo que ella decía? Y sin embargo, había tenido sueños… No, no podía ser, era incluso blasfemo. Una locura. Y allí estaba tirado en el suelo, esperando a que su esposa diera a luz a un hijo adúltero y se preguntaba si se merecía todo aquello. Debía repudiarla. Era la única manera de mantener su honor y la dignidad de su casa. Le partía el corazón abandonar a la muchacha, a la que había querido como a una hija, pero debía proceder como un hombre justo, y la justicia exigía que la rechazara. No podía hacer otra cosa.

Se incorporó, lleno de peso en el corazón, y echó a andar esforzándose por no volver la vista atrás. Cada paso era como recorrer el mundo, pero era lo que había que hacer. Era su deber y su terrible carga.

Y de repente, el sonido más asombroso que hubiera escuchado nunca. El llanto del bebé le dejó clavado en el sitio. Con todo lo que había pasado no había pensado en el bebé, en que realmente había un bebé a punto de nacer. Y tenía buenos pulmones. ¡Había que ver cómo lloraba! Había nacido fuerte. Al llanto del recién nacido se sumaron las voces de las mujeres llamándole. ¿Le había ocurrido algo a María? ¿Estaba bien el bebé?

Sin saber muy bien como se encontró en la entrada del establo. En su interior, recostada sobre un lecho limpio se encontraba su esposa, con el bebé en sus brazos. Las dos mujeres que habían ayudado a María le hacían gestos para que se acercara, pero él estaba clavado en el umbral. No sabía que hacer, ni que decir, y entonces ella le miró, con esa mirada tierna que le conmovía el alma, y le sonrió. Y él se acercó.

El bebé estaba arrugado y enfadado, llorando, como todos los bebés cuando llegan al mundo. Una de las mujeres lo tomó de los brazos de María y lo depositó en los suyos. “Enhorabuena, José” dijo alegremente “Es un niño sano”. Iba a decir algo, pero entonces el bebé dejó de llorar, y muy serio, puso una de sus manitas en la dura manaza de él. Tiene manos fuertes, se dijo. Y el pensamiento hizo que algo se rompiera dentro de él. Manos de carpintero.

Miró a su esposa y miró al bebé que tenía en los brazos. El pequeño había abierto los ojos un poquito y parecía mirarle. Tenía la mirada de su madre. Y su sonrisa.

“Sí” artículo apenas. Cuando consiguió volver a hablar, lo hizo lleno de orgullo. “Sí”, sonrió, “Es mi Niño.”

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NOTA: Hace unos días, publiqué otro microrrelato con el nombre de "El establo". Este que acabáis de leer, lo ha escrito mi marido. Se nos ocurrió que podíamos escribir sobre el mismo tema, pero cada uno bajo su punto de vista. Y aquí os lo dejo, para que lo disfruteis como yo. Lo cierto es que nunca decepciona cuando se pone a escribir y por eso espero que esta colaboración no sea la última.

jueves, 18 de diciembre de 2014

El establo.

Fuente de la foto: http://www.entretantomagazine.com/2013/12/22/felices-natividades/

Asomado en la puerta contemplaba caer los copos que se habían empezado a cuajar. En aquellos momentos, la situación le llevó a pensar en lo piadoso que había sido el herrero,  quien se había compadecido de esa compañía: una mujer a punto de dar a luz y él, un viejo carpintero que no podía ofrecer más que unas manos desgastadas y arrugadas, lo que durante tanto tiempo habían sido el sustento familiar…

Las contracciones eran cada vez más fuertes y constantes. Su mujer era joven y fuerte, pero era tan evidente la inexperiencia… El momento que durante meses había temido se acercaba y eso le hizo perderse de nuevo en sus pensamientos. Pronto  le asaltaron las dudas y el miedo se apoderó de él...

Atrás habían dejado el mundo que conocían. No sabían que les depararía el futuro. ¿Encontraría trabajo?...  Si se hubieran decidido antes a partir, el parto no les habría cogido en mitad del camino. Se habían aventurado a abandonar su casa, sus clientes… la gente sabía quién era y conocían el trabajo que hacía y como lo hacía… ¡Pero si nunca le había faltado trabajo!

Llevaban durmiendo durante semanas a la intemperie y siempre al abrigo de la noche,  por culpa del éxodo que se había producido, a comer lo que buenamente podían pagar, a caminar largas y duras jornadas, que casi había olvidado qué se sentía bajo el techo que un día le cobijó junto a una buena lumbre encendida…

¿Qué podría ofrecerles? ¿Dónde podrían vivir? ¿Estarían seguros allí? Su intranquilidad ante el eminente parto le hizo olvidarse de preguntar al herrero dónde estaban. Se sentía tan desamparado que casi era desesperante pensar en tantas interrogantes. ¿Cómo saldrían adelante? ... y lo peor de todo, es que se sentía tan viejo y cansado…  Desde que se dio cuenta del avanzado estado de su mujer, no había pensado en lo difícil de esa situación…  la angustia le consumía por momentos y cerró los ojos por un instante, en un vano intento por aliviar esa pesadumbre que le envolvía en esa noche fría… y de pronto, el llanto de un bebé le hizo volver a la realidad. Las dudas desaparecieron, el miedo se disipó… ¿Era su hijo el que lloraba? Se acercó a su mujer y los contempló mientras las lágrimas le empezaban a caer por las mejillas… ¡La vida le había traído hasta un establo donde acaba de sentirse padre de la criatura más bonita que jamás habían contemplado sus ojos! El bebé intentaba agitarse en los brazos de su madre como si quisiera darle alcance… Ya nada importaba. Sus pensamientos se evaporaron al instante. Esa cara angelical le había removido algo tan dentro que no supo cómo, pero en ese momento se comería el mundo entero si hacía falta. Su hijo ya había llegado y eso era lo más grande que sentía en su corazón. Las ganas de luchar por la vida le envolvieron sólo con oír ese llanto. Y sintió que ya nada sería igual.

Fuera seguía nevando. Pronto el eco del llanto atrajo a los lugareños, quienes se acercaban a conocer al pequeño y entre la gente que se había congregado, tres figuras se deslizaron hacia el establo, depositando a los pies del recién nacido, oro, incienso y mirra.

"El establo".
Elaborado para Reto "Especial Cuentos de Navidad" de Territorio de Escritores"


sábado, 6 de diciembre de 2014

De París.


Habían transcurrido varios meses desde que los gemelos habían acrecentado la familia y por fin Berta se animó a preguntarme:
- Mamá, ¿de dónde vienen los niños?
La había preparado durante los nueve meses de embarazo con el fin de que se fuera adaptando y ahora que ya estábamos todos aquí, resultaba irónico que esa pregunta me recordara París, ese París que solía decir mi abuela cuando nos relataba historias de cómo vino mi último hermano.
De París...
¿Ahora me tocaba a mí inventarme otro París?. Quizá... la miré con ternura y su inocente mirada me cautivó en aquel París imaginado, donde hadas, gnomos y toda clase de místicas criaturas tejen las almas de los pequeños seres que las simpáticas cigüeñas debían traer desde allí...
De París... si mi abuela estuviera, le contaría también mi dulce París, aquel verano que un día me vió nacer en Madrid.

 "De París".
Elaborado para el quinto reto de Territorio de Escritores.

martes, 2 de diciembre de 2014

El abuelo.


Retomaba su imagen entre mis manos, con una angustia y una desazón que me dejaban un sabor aún más triste... Su rostro acusaba la lucha de los años y en mi memoria empezaron a asomar los recuerdos... ¡tantos eran!... que me descubrí sonriéndole.
Sin darme cuenta, había encontrado esos momentos que le hacían inolvidable, había encontrado la forma de volver a llegar a aquellos tiempos pasados y disfrutar de su compañía y comprendí que ya lo llevaba dentro, para toda la vida, que se había instalado en mí hacía ya mucho y ahora me tocaba a mí revivirlo cada vez que pensara en él.
Pero, ¿cómo lo hizo?... ¡No me dí cuenta antes! Sólo le ví compartir su vida con todos y le siento en ella, aún descansando...
¡Aquellos viejos tiempos pasados vendrían siempre a mí con sólo recordarlos, mientras que aquellas fotografías me abrirían la puerta a ese pasado que aún hoy no he olvidado!

"El abuelo".
Elaborado para el 4º reto de "Territorio de Escritores".

¡MUCHAS GRACIAS!

¡MUCHAS GRACIAS!
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