Fuente de la foto: http://www.entretantomagazine.com/2013/12/22/felices-natividades/
Asomado en la puerta
contemplaba caer los copos que se habían empezado a cuajar. En aquellos momentos, la
situación le llevó a pensar en lo piadoso que había sido el herrero, quien se había compadecido de esa compañía: una mujer a punto de dar a luz y él, un viejo carpintero que no podía
ofrecer más que unas manos desgastadas y arrugadas, lo que durante tanto tiempo
habían sido el sustento familiar…
Las contracciones eran
cada vez más fuertes y constantes. Su mujer era joven y fuerte, pero era tan
evidente la inexperiencia… El momento que durante meses había temido se
acercaba y eso le hizo perderse de nuevo en sus pensamientos. Pronto le asaltaron las dudas y el miedo se apoderó
de él...
Atrás habían dejado el
mundo que conocían. No sabían que les depararía el futuro. ¿Encontraría trabajo?...
Si se hubieran decidido antes a partir,
el parto no les habría cogido en mitad del camino. Se habían aventurado a
abandonar su casa, sus clientes… la gente sabía quién era y conocían el trabajo
que hacía y como lo hacía… ¡Pero si nunca le había faltado trabajo!
Llevaban durmiendo durante
semanas a la intemperie y siempre al abrigo de la noche, por culpa del éxodo que se había producido, a
comer lo que buenamente podían pagar, a caminar largas y duras jornadas, que
casi había olvidado qué se sentía bajo el techo que un día le cobijó junto a una buena lumbre encendida…
¿Qué podría ofrecerles?
¿Dónde podrían vivir? ¿Estarían seguros allí? Su intranquilidad ante el eminente
parto le hizo olvidarse de preguntar al herrero dónde estaban. Se sentía tan desamparado
que casi era desesperante pensar en tantas interrogantes. ¿Cómo saldrían
adelante? ... y lo peor de todo, es que se sentía tan viejo y cansado… Desde que se dio cuenta del avanzado estado de
su mujer, no había pensado en lo difícil de esa situación… la angustia le consumía por momentos y cerró los ojos por un instante, en un vano
intento por aliviar esa pesadumbre que le envolvía en esa noche fría… y de
pronto, el llanto de un bebé le hizo volver a la realidad. Las dudas
desaparecieron, el miedo se disipó… ¿Era su hijo el que lloraba? Se acercó a su
mujer y los contempló mientras las lágrimas le empezaban a caer por las
mejillas… ¡La vida le había traído hasta un establo donde acaba de sentirse
padre de la criatura más bonita que jamás habían contemplado sus ojos! El bebé intentaba
agitarse en los brazos de su madre como si quisiera darle alcance… Ya nada
importaba. Sus pensamientos se evaporaron al instante. Esa cara angelical le había removido algo tan dentro que no supo
cómo, pero en ese momento se comería el mundo entero si hacía falta. Su hijo ya
había llegado y eso era lo más grande que sentía en su corazón. Las ganas de
luchar por la vida le envolvieron sólo con oír ese llanto. Y sintió que ya nada sería igual.
Fuera seguía nevando.
Pronto el eco del llanto atrajo a los lugareños, quienes se acercaban a conocer
al pequeño y entre la gente que se había congregado, tres figuras se deslizaron
hacia el establo, depositando a los pies del recién nacido, oro, incienso y
mirra.